miércoles, 29 de diciembre de 2010

Sé un espíritu libre

¿Quién eres?

Anímate a conocer vuestro dolor,
cuerpo itinerante.

Has buscado entre tierras ignotas, espurias,
pero no encontraste más que laberintos,
hombre soñador, albañil de la nada.

No has transitado por las llanuras pedregosas de la vida,
maquillando tu espíritu con realidades vencidas.

Con el rostro cubierto miraste la noche
y tu cuerpo hollinado,
jamás persiguió al fuego.

¿Quién quieres ser?

Lánzate a los brazos incandescentes,
quémate hasta que tus cenizas se fundan en la tierra.

Transforma tu carne en sombra.

Emprende otro viaje, pero sin destino,
que esta vez tu embarcación naufrague por rutas apátridas.

No reniegues de la belleza
y enciende velas para sondear lo sublime.

Atraviesa los confines de la nada,
convierte la vida en un arroyo.

Conoce el éxtasis, goza destruyendo ídolos.

Vuelve a ser el principio,
procrea con frenesí,
enarbola tu deseo desbordante.

Ama el destino,
no encierres a tus piernas en una desnaturalizada cárcel:
entrecruce de parnasos nostálgicos,
esperanzas de lo vital,
fuerzas instintivas.

Aunque tu esencia se torne una isla,
nunca renuncies a ella,
hasta edificar una nueva tragedia.









Noche

Te he visto, noche, buceando por las arterias de la melancolía
para saborear el refugio del placer y
esculpiendo bustos paganos sobre sus puertos amarillentos.
Te he visto, noche, pintando versos en el océano.
Tu intuición dio a luz al son de las olas
y en cada faro sembraste un eco.
Te he visto, noche, navegando a media luz.
Tu silueta perdida entre la nostalgia
y ese rostro de otoño sumergido en una sinfonía.
Te he visto, noche, fornicando con el tiempo.
Con tu cuerpo se erigieron huracanes
y esa razón entumecida, a ratos, dormitó al borde de un acantilado.
Arrancaste del sol cuando fue necesario
y en las ventanas de los bares,
la escarcha escribió tu nombre.
En tu cara se urdió un misterio
y sobre tu calle florecieron risas:
tus días se enamoraron de la creación.
He visto tu mirada, noche, paseando por el mundo,
prodigando cantos a cualquier hijo del instinto.
Tus pies zapatearon en la cornisa de la nada
y tus cabellos burdos lanzaron navajas al aire para ver morir al universo.
No hubo escapatoria cuando enclaustraron a esas cicatrices disolutas,
pero continuaste bramando sobre los tímpanos de la moral.
Te he visto, noche, alimentando cuervos y desfilando entre la bruma,
cantando hasta que el día amenace con despuntar,
diseminando escupos sobre los llanos,
tejiendo jolgorios en las afueras de las mamparas;
te he visto, noche, dar a luz en las sombras, donde la lujuria se desenmascara
y la vanidad vomita.
Te he visto, noche, danzando sobre el peligro,
con tus zancos de asfalto y tus harapos de mármol.
No morirá tu espíritu, noche, aunque fallezca el crepúsculo
y germine la mañana, porque tu vida se deleita pegada en los muros.
Los caminos se masturbaban cada vez que tu silueta pétrea recorría sus dorsos,
clavando ríos que despertaron al arte.
Eres, noche, una tundra donde reposan los ideales humanos;
te muestras sin rostro para quienes no te conocen
y regalas tu cuerpo baldío a todos los que besan lo absurdo.
Podría morir el sol y Dios trastabillar en una cuneta ebria,
pero tu seguirás errando,
hasta que en el Parnaso se enmudezcan las almas.
Eres la alquimia que transmuta
las fachadas y atraviesa los umbrales de la existencia,
eres la que le arrancará gemidos al viento e irrigará las estepas con vino.
De la luz a la sombra,
escondes el misterio de estar vivo,
¡oh, noche embriagada!

Belleza

Una mañana brota de mis pasos:

amanecer intempestivo,
intuición en llamas.

De mis ojos pende un horizonte
y la leche fresca dibuja una musa en mi cara.

Sobre la maleza descansa un sol imberbe
y un vendaval divaga.

Veo un canto de loica, allá,
donde ríe la montaña.

Permuta los días

Atraviesa la niebla con tu tinta de invierno,
amante de los adoquines.

Hasta que la palabra se quede muda,
diviértete, ¡vamos!, no escondas tu hálito:
qué el sol se derrita con tu voz.

Continúa irrigando las fachadas con tu magia,
arrojando melodías sobre las aceras.

Vive desgarrando miradas,
incendiando las esquinas con tu música.

En tus movimientos divagan crepúsculos
que destruyen el tiempo.

Sobre tus huellas transita el jazz
y tu soplo desnuda esas máscaras,
bañadas por la verdad.

Apocalipsis

Grisáceas yacen las loicas
tendidas sobre un tronco de álamo,
derrumbado por el último leñador.

La razón se quedó ciega
de tanto discutir con la filosofía
y la dialéctica se cazó en una tela de araña.

En la novísima polis se erigen las nuevas bagatelas:
Naderías existenciales;
Devenir informe.

Huérfanas aventuras
resolviendo un teorema de Galois.

Atemporales se han tornado los días,
tras el alarido amputado del alba.

Vendavales
arrancan de la noche,
escondiéndose detrás de una nube adolescente.

De las hojas pende la tristeza,
cuyos ojos expulsan gotas de verdad.

Un bebé narcotizado
desliza su lengua
para degustar el dolor,
y en su vaso de leche,
los parásitos bucean para encontrar la felicidad.

Diosa de la luna

Mujer enajenante:
con las tetas violáceas
y una ciénaga de verdades
bajo la entrepierna.
Sin telas de arañas en los ojos,
tu lengua ha sido hija de la podredumbre.
Excelsa callejera,
amante del crepúsculo,
en tu lecho de adoquines
el placer se vistió con la soledad.
De voz haraposa,
el tronar de las olas durmió en tu seno
y el vino sembró su primogénito en tu vulva.

27 crepúsculos platicando con la muerte

A Trakl.


Serás el vino que me haga escuchar al placer.
De esa boca tenue y entumecida,
emergerá el sol vestido de atardecer.

Una ráfaga purpúrea se asoma de tu alcoba,
teñida por una lascivia,
pútrida ya, de tanto coger.

Un mármol se quiebra ante tu eco
y la muerte se corta las venas con su guadaña,
al escucharte.

En tu cuerpo bailan marineros
que siembran el luto en cada puerto.

El tronar de las olas solloza,
cuando tu voz navega sobre esos
mares australes creados por tu locura.

Progenitor del lamento
y concubino del sopor,
los años no dormirán sobre tus alas.