miércoles, 29 de diciembre de 2010

Ninfa de tinta

“Sufrí y es el único bagaje que admite la barca que lleva al olvido.”

Teresa Wilms Montt.


Ella posó su tránsito sobre el océano
y cantaron llantos.

Ella perdió su mirada en el horizonte
y un estruendo cayó del cielo.

Una pena naufragó sobre aguas turquesas
y en sus valijas durmió un sollozo que se rió de la vida en cada puerto.

Ella le arrebató destellos a la luna
y escribió epístolas con el oleaje.

Ella dibujó carcajadas en las cervezas
y pintó musas con la cenizas de sus cigarrillos.

Ella sedujo a la vida con su silueta,
le regaló besos a la noche
y el erotismo se enamoró de su cuerpo.

Llovió sangre de los candelabros,
tras el suicidio de sus versos.

Ella se vistió con atuendos y sedas orientales,
pero sólo brotaron harapos de su carne.

Ella le arrancó sonrisas al dolor
y en sus venas pernoctó una puñalada.

Ella se erigió como una Reina envilecida,
la más flagrante ménade,
¡oh, Diosa pagana!

No hubo polonesa ni vals que no danzará en sus piernas;
tacones en celo,
Musseta suelta por las calles.

Ella disfrazó mesas ufanas
y fatuas copas de cristales con su quintaesencia;
saboreó la angustia del Champagne.
Ella clavó mazurcas en el desierto;
de esos valles, rieron pianos de Chopin.

Ella irrigó los cafés con piezas de Verdi
y despertó la ira de ventisqueros que dormían en sus salones.

Ella enseñó la desnudez del mundo,
gozó con su carne y elevó su espíritu hasta los umbrales de la libertad;
pluma parnasianista.

Ella descubrió la verdad más grande que existe en el mundo,
porque nació de su belleza;
la muerte.

En cada rincón de su alcoba se escucharán pasos de penumbra,
porque sus lamentos divagarán más allá de los mares.

Ella vagó hasta ver morir al sol en sus brazos
y sus lágrimas danzarán eternamente por el universo.

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