“Sufrí y es el único bagaje que admite la barca que lleva al olvido.”
Teresa Wilms Montt.
Ella posó su tránsito sobre el océano
y cantaron llantos.
Ella perdió su mirada en el horizonte
y un estruendo cayó del cielo.
Una pena naufragó sobre aguas turquesas
y en sus valijas durmió un sollozo que se rió de la vida en cada puerto.
Ella le arrebató destellos a la luna
y escribió epístolas con el oleaje.
Ella dibujó carcajadas en las cervezas
y pintó musas con la cenizas de sus cigarrillos.
Ella sedujo a la vida con su silueta,
le regaló besos a la noche
y el erotismo se enamoró de su cuerpo.
Llovió sangre de los candelabros,
tras el suicidio de sus versos.
Ella se vistió con atuendos y sedas orientales,
pero sólo brotaron harapos de su carne.
Ella le arrancó sonrisas al dolor
y en sus venas pernoctó una puñalada.
Ella se erigió como una Reina envilecida,
la más flagrante ménade,
¡oh, Diosa pagana!
No hubo polonesa ni vals que no danzará en sus piernas;
tacones en celo,
Musseta suelta por las calles.
Ella disfrazó mesas ufanas
y fatuas copas de cristales con su quintaesencia;
saboreó la angustia del Champagne.
Ella clavó mazurcas en el desierto;
de esos valles, rieron pianos de Chopin.
Ella irrigó los cafés con piezas de Verdi
y despertó la ira de ventisqueros que dormían en sus salones.
Ella enseñó la desnudez del mundo,
gozó con su carne y elevó su espíritu hasta los umbrales de la libertad;
pluma parnasianista.
Ella descubrió la verdad más grande que existe en el mundo,
porque nació de su belleza;
la muerte.
En cada rincón de su alcoba se escucharán pasos de penumbra,
porque sus lamentos divagarán más allá de los mares.
Ella vagó hasta ver morir al sol en sus brazos
y sus lágrimas danzarán eternamente por el universo.
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